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El Principito: la hora cero de Saint-Exupéry (página 2)




Enviado por Ricardo Peter



Partes: 1, 2

En efecto, Memorias de la rosa nos entrega
algunas claves de lectura que
desafían e introducen un saludable desorden en la leyenda
de Saint-Exupéry.

A la luz de este
material, la redacción de El principito, parece
motivada por un periodo de balances profundos de la
equívoca conducta
afectiva, desordenada y caprichosa, de su autor.

Por entonces en Antoine de Saint- Exupéry, un
hombre que
frisaba los 42 años de edad, se había despertado la
necesidad de desembrollar su agitada vida afectiva y,
particularmente, la relación que estaba llevando con su
esposa la cual, desde la fecha en que se conocieron en Buenos Aires en
1930 y a lo largo de los catorce años de matrimonio,
había generado, al lado de fugaces momentos de felicidad,
numerosos remordimientos y penas debido al incansable donjuanismo
de Saint-Exupéry.

Por la fecha en que había empezado la
redacción de El Principito, y hacia el sexto mes de
su tercera estadía en Nueva York, Saint-Exupéry
recibió de su esposa Consuelo la solicitud de divorcio. Los
familiares de ésta se alarmaban de que vivieran en
direcciones distintas.

Hacia 1940, después de nueve años de
casados, Saint-Exupéry seguía siendo la pareja
dispareja. A propósito de la última estadía
en Nueva York, su esposa se queja hasta el agotamiento. Cuando
Consuelo llega a Nueva York, Saint-Exupéry fue a recibirla
a la pasarela del barco pero no como un gesto de dulzura, sino
para evitar que le tomaran fotos y que
alguna de sus amigas reconociera a la esposa legítima,
pero, además, se queja Consuelo: "Tonio, me invitaba a
almorzar o a cenar, pero nunca se presentaba a las citas…
Hacía caso omiso de mí" o llegaba al colmo de
dejarla olvidada a la salida del teatro la primera
vez que aparecían juntos en público, después
de seis meses de estar viviendo en apartamentos
separados.

Volvamos por un momento al piloto que dejamos apenas
varado en la arena del desierto, con "martillo en la mano y los
dedos llenos de grasa", haciendo esfuerzos para reparar el
avión. Con los últimos destellos del día
disminuyen sus posibilidades de arreglar el motor. De repente
el calor deja de
sentirse. Se resigna a esperar que el sol vuelva a
irradiar su luz. Penetra en la cabina de acero y
después de beber un poco de agua consigue
desenchufarse mentalmente del problema. Agotado, se sumerge en un
profundo sueño. Es la primera noche del aviador en el
desierto, la introducción de Saint-Exupéry en su
primera oscuridad.

La primera noche en el desierto es el inicio de un
proceso de
introspección que Saint-Exupéry expresará
relacionando los tres elementos mencionados, la avería, la
caída y el singular encuentro, con el nivel más
profundo de sí mismo.

La introspección se cumple a través de
tres fases que son: el "viaje-hacia", la
"caída-en" y el "encuentro-con" su
"vagabundeo sentimental".

El desierto, su frecuente y a veces intolerable lugar de
aterrizaje, donde el escritor de El Principito
experimentaba su soledad afectiva, él que vivía
solicitado por tantas mujeres y donde ahora el piloto se
encuentra solo, inmovilizado en la arena, es el lugar donde
Saint-Exupéry acude para considerar sus personales
tormentas atmosféricas.

El desierto se relaciona con la situación
emocional de Saint-Exupéry, quien pese a su crónico
desbordamiento afectivo, en el fondo "era un ser huraño y
solitario", extremadamente sensible, al punto que
fácilmente se alteraba. El desierto es, pues, el lugar
donde vislumbra sus contradicciones existenciales "el
francés más melancólico de Nueva
York".

Como indicador de las frecuentes turbulencias o sea del
temperamento fogoso y volitivo de Saint-Exupéry, basta
referir cómo procedió en su primer contacto con su
futura esposa, en un hotel de
Buenos Aires: "fui abordada abruptamente", refiere
Consuelo.

Saint-Exupéry la sujetó y la empujó
al sillón para obligarla a permanecer un rato más
en el hall y conversar con ella. En esa misma ocasión, a
pocos minutos de conocerla, la forzó a aceptar una
invitación para ver el Río de la Plata desde las
nubes. Durante el vuelo, Saint-Exupéry apagó el
motor varias veces y se divirtió soltando y agarrando la
palanca de mando hasta que exigió a Consuelo, a pocas
horas de conocerla, de darle un beso: "O me besa o nos vamos al
agua" y, seguidamente, a que se casara con él: "Amo sus
manos. Quiero tenerlas para mi solo…Ya verá como se casa
conmigo".Y añade: "Estaba tan enfada que mordía mi
pañuelo.¿Por qué tenía que besar a
ese hombre al que acababa de conocer? Lo consideraba una broma de
mal gusto. – ¿Es así como consigue que le besen las
mujeres? -le pregunté-. Pues conmigo ese sistema no
funciona. Estoy harta de este vuelo. Aterrice, por favor. Acabo
de perder a mi marido y estoy triste".

Es terrible caer en la desolación y aridez del
desierto. La caída en el desierto obliga a ser rescatado.
El acontecimiento decisivo, en el primer amanecer en el desierto,
cuando despunta la luz del nuevo día, fue el encuentro del
aviador con un hombrecillo enigmático.

Tal vez una de las mejores figuras de la
introspección es la plasmada por Saint-Exupéry al
describirnos el diálogo
entre el piloto y un niño de mirada grave y escrutadora,
que "no parecía perdido, ni muerto de cansancio, ni de
hambre, ni de sed, ni muerto de miedo".

En otras palabras, uno de los componentes del yo de
Saint-Exupéry, el niño que alberga todo ser humano,
y que en el caso que consideramos es el que más se parece
a su autor, es contactado en una etapa en que el escritor siente
la necesidad de considerar la fase en que vive exiliado en la
ciudad de la grandes avenidas, absorbido por sus disertaciones en
público (su libro
Tierra de hombres, publicado en 1939, lo había
vuelto más conocido y admirado), enteramente ocupado por
sus actividades a favor de la liberación de la Francia
ocupada por los nazis, que vivía, además, envuelto
por las contiendas burocráticas que se oponen a su
reincorporación a la guerra y, por
supuesto, en medio de festines y salideras con "todas las rubias
y millonarias americanas", como reveló Therese Bonet a
Consuelo, mientras ésta pasaba hambre en el municipio
Oppéde, en Vaucluse, al S.E. de Francia, donde se
había retirado con un grupo de
amigos huyendo de los rigores de la guerra en
París.

Podemos comprender entonces por qué
Saint-Exupéry, afirme que el caballerito "no tenía
en absoluto el aspecto de un niño perdido en el desierto".
Al contrario, entra en escena bien al corriente de la trama
existencial que está viviendo la
personalidad compleja de su autor.

Se pudiera deducir entonces que el contenido o el
material que va a fluir en el diálogo entre el aviador y
el niño no es de orden físico. Las necesidades que
apremian al autor del cuento son
fundamentalmente de orden emocional. A ello apunta la
reparación del avión.

Sin ninguna presentación previa, el misterioso
personaje irrumpe en la escena planteando una demanda y con
ella, igual que en una sesión terapéutica,
provocando un gradual proceso de exploración. Pide un
dibujo, o sea,
que se trace una figura, que se manifieste y describa algo oculto
o callado. Pide la figura de un cordero. Su petición
implica una postura mental. ¿De qué puede ser signo
el cordero? ¿A qué aspecto de la vida de
Saint-Exupéry puede corresponder el requerimiento del
niño?

El cordero es una figura que cuenta con una
simbología muy rica y muy antigua, que se remonta a la
cultura
judaico-cristiana. El cordero personifica, entre otras cosas, la
mansedumbre, la docilidad; es la imagen de la
humildad y de la resignación, de la pureza y de la
redención. Todo lo contrario a la perversión
moral, a la
corrupción
de las costumbres, a la disolución afectiva, al deterioro
interior. El dibujo del cordero sugiere que en el proceso de
disgregación afectiva típica de
Saint-Exupéry, se plantea y se experimenta un nivel de
exigencias desde donde puede escucharse o formularse la pregunta
sobre el resultado de la propia vida emocional.

Lo que exige el hombrecito al aviador, el dibujo de un
cordero, parece transparentar, además, el estado de
ánimo sereno en que acontece la introspección, sin
embargo, eso que pide es también un ajuste de cuentas, una
autoconfrontación, lo que el aviador no puede realizar o
pintar en ese momento por lo cual respondió,
malhumoradamente, "que no sabía dibujar".

Ante la firmeza del niño, el piloto hace cuatro
intentos, tres de las cuales no tienen éxito.
Uno fue el dibujo de un cordero enfermo (¿tendrá
que ver algo con los numerosos accidentes del
ideador del cuento y su secuela de daños: fractura del
cráneo, molestias en el hígado, problemas de
la vesícula?), otro dibujo es el de un carnero ("tiene
cuernos" exclama el niño refiriéndose tal vez a las
infidelidades de Consuelo), en el tercer dibujo el aviador figura
un cordero demasiado viejo es decir, un cordero
prácticamente en fin de vida o, al menos, obsoleto para
los fines de la renovación.

Al fin, después de tres intentos fallidos, ya
impaciente, el cuarto dibujo es un cordero virtual,
diríamos hoy, un cordero que sólo existe en la
intención del pintor, porque, qué lástima,
está oculto dentro de una caja con tres hoyos. Y
sólo se ocultan las cosas feas o que causan
vergüenza. Sin embargo, curiosamente, el dibujo que no deja
ver al cordero corresponderá a las expectativas del
niño: "Es exactamente como lo quería". Y
sólo entonces el niño termina haciéndose
claro y evidente al piloto y fue cuando éste
"conoció al principito".

Reconociendo la existencia del principito,
Saint-Exupéry admite que su propia infancia es lo
más real de su existencia y que aun perdido en el desierto
afectivo que parece caracterizar su enmarañada vida
social, ese espacio es el único que le proporciona su
identidad
más profunda.

De todos los personajes que intervienen en el cuento y
que identifican un aspecto de Saint-Exupéry (un
astrónomo, un perezoso, un rey, un vanidoso, un bebedor,
un hombre de negocios, un
farolero, un anciano geógrafo, un guardagujas, un
vendedor), el principito
es lo entrañablemente más parecido a
Saint-Exupéry, como lo deducimos de su relato de la rosa y
del texto escrito
por Consuelo.

Si Saint-Exupéry declara la infancia "ce grand
territoire d’ou chacun est sortie", queremos suponer que
hay, entre otras, por lo menos dos razones válidas para
hacer esa tajante afirmación.

Una primera razón, porque en medio de la
polvorienta vida que está llevando, la infancia es el
lugar amado que lo nutre de fantasías que lo libran del
decaimiento y de la aridez del embrollado mundo adulto, donde
dominan las matemáticas, es decir, el cálculo,
el juicio, el árido análisis, en otras palabras, lo racional:
"Pero es natural, nosotros, que comprendemos bien la vida, nos
burlamos de los números" .

Y, una segunda razón, porque desde su infancia,
su "país", como fue declarada por Saint-Exupéry,
puede resistir a la mentira que esta viviendo. En realidad, "para
aquellos que comprenden la vida", la infancia es el estado que
hace surgir la creatividad.
Pero no la creatividad meramente literaria o artística,
como se suele entender con esta palabra, y de la cual
Saint-Exupéry estaba bien dotado, sino la creatividad
entendida como capacidad de innovarse y reorientarse. La
"infancia" (el mundo de la intuición) posibilita la
orientación y con ella el sentido, en otras palabras:
el
renacimiento.

La petición del dibujo del cordero es la prueba
de la vuelta a la "niñez": "La prueba de que el principito
existió consiste en que era un hombrecito encantador, que
reía y quería tener un cordero: querer un cordero
es prueba de que existe". Aunque también hay que resaltar
que la existencia de un cordero, como veremos más
adelante, requiere vigilancia. En un descuido fatal aun un manso
cordero puede arrasar con la flor más amada.

Se trata entonces, como sugiere el Evangelio desde su
profundo conocimiento
del ser humano, de acoger la vida a la manera de un niño
pequeño, de recuperar la simplicidad de la vida, de volver
a la condición de niños,
lo cual requiere una gran honestidad y
sinceridad consigo mismo. Para "aprender de nuevo la vida de
todos los días" hay que volverse niño.

Aunque el principito es un "joven juez", su juicio no es
riguroso, sino compasivo. La niñez está implantada
en la intuición, no en la razón. Es como decir que
las botitas del principito se apoyan sobre el terreno de la
comprensión, no en el de la razón de donde surge la
sentencia condenatoria.

La respuesta de aceptación y de conformidad de
parte del principito revela que Saint-Exupéry atinó
al confiarse a la instancia más sana, menos enjuiciadora y
más compasiva de la estructura del
yo. Como observará posteriormente el astrónomo, un
"subyo" del mismo escritor: "Los niños deben ser muy
indulgentes con las personas mayores".

El piloto encuentra un aliado en el principito tanto en
la avería de su avión como en la caída en el
desierto, pues, en realidad, ambos caen del cielo, en el mismo
desolado lugar.

-"¿Cómo?¿Has caído del
cielo?"…pregunta Saint-Exupéry por boca del principito:
"De qué planeta eres?"

Y por boca del aviador, plantea la misma
pregunta:

-"¿Vienes de otro planeta?"

Pero a su vez, cada uno turba al otro. No cabe duda que
en el proceso de autoexploración abierto por
Saint-Exupéry, el piloto, o sea, el adulto, el serio, el
que no quiere perder su tiempo en
fábulas, ignora el origen del otro, del
niño y éste, cuando no quiere crecer, desconoce al
adulto. El aspecto maduro de la personalidad
de Saint-Exupéry no parece bien relacionado con el aspecto
infantil. En el cuento, sin embargo, encontramos una
disposición a mejorar esa relación: "Aprendí
bien pronto a conocer esa flor"

De aquí entonces la necesidad de
Saint-Exupéry de encontrar un nexo, una coherencia, un
sentido y una orientación a su vida. De aquí
también que las personas mayores "siempre necesitan
explicaciones", pues "los adultos nunca comprenden nada por
sí mismos".

¿Y quien mejor para explicar a
Saint-Exupéry su confusión emocional sino él
mismo contemplándose desde su "infancia", condición
que según el Evangelio permite renacer? De aquí que
el principito, siguiendo la mayéutica socrática,
"no dejaba de hacer preguntas", de poner el dedo en la llaga, de
ahondar en la autoexploración.

Pero ahora, a través de los tres huecos de la
caja, el cordero puede ver al niño y al piloto, y seguir
el diálogo de ambos. El piloto no puede levantar la caja y
ver directamente al cordero escondido. Está incapacitado
para verlo ("Tal vez estoy envejeciendo"), pero no así el
niño, que ve con el corazón.
Sin embargo, con la realización del dibujo del cordero se
han eliminado las primeras dificultades. De hecho, el "cordero se
ha dormido", exclama el principito.

El tercer día en el desierto, el aviador
conoció uno de los mayores temores del principito: su
miedo a los "baobab". Bajo el símbolo de un árbol
de tronco muy ancho y corpulento, originario de África,
Saint-Exupéry pudiera aludir al drama de su propia
infancia, a las malas hierbas que crecieron en su niñez,
él que fue huérfano desde los cuatro años de
edad, y que como ya vimos, fue definido por su esposa "el
francés más melancólico de Nueva York". Las
malas hierbas que durante la noche crecieron en su planeta de
ensueños son los sentimientos de pena y de nostalgia por
la deplorable perdida de un ser querido. Es posible que la
pérdida de su padre haya originado en Saint-Exupéry
una propensión a la tristeza: "¡Ah, mi
principito!¡Cómo he ido comprendiendo poco a poco tu
melancólica vida".

Pero también durante su vida ha luchado contra
esas "terribles semillas", la tristeza y tal vez el remordimiento
de su infructuosa relación afectiva con las
mujeres.

El cuarto día el piloto descubre la manera como
el principito combate la tristeza: contemplando las puestas de
sol. Aunque no osamos descifrar el significado de las "puestas de
sol", sin embargo, quisiéramos pensar que tal vez en una
fecha cercana a su cumpleaños, ("Un día vi la
puesta de sol cuarenta y tres veces"), en que el pequeño
príncipe que aloja Saint-Exupéry "estaba muy
triste", atravesaba una de las mayores crisis de su
vida: ¿Sería acaso cuando Consuelo le pidió
el divorcio, en la primavera de 1943, poco antes de la
publicación de su poema, el seis de abril de ese mismo
año?

Hacia el quinto día, el principito comienza a
soltar su preocupación general por "la guerra de las
flores y los corderos", y, en especial, su temor por que un
corderito "sin saberlo" pueda comerse de un bocado una flor
única en el mundo, "que sólo existe en su
planeta".

Este parece ser el asunto que más preocupa a
Saint-Exupéry. Después de esta confesión el
principito "estalló bruscamente en sollozos": "La noche
había caído: dejé mis herramientas y
el martillo. El perno, la sed, la muerte, no
me importaban ya. ¡En una estrella, en un planeta, en el
mío, la Tierra,
había un principito que necesitaba consuelo! Lo
tomé en mis brazos y lo mecí mientras le
decía: -La flor que amas no corre
peligro…Dibujaré un bozal para tu cordero y una
protección para tu flor". Un bozal puede frenar las
necesidades impulsivas del cordero y, por si no bastara, una
"campana" protege aun más en casos en que el deseo o la
necesidad del cordero se vuelvan incontenibles.

El planeta del principito cuenta con flores sencillas,
que no ocupan un lugar particular y no molestan a nadie. Tantas
mujeres que no han dejado huellas y que ahora carecen de
importancia. No así, sin embargo, la flor que arranco sus
lágrimas. Esta es única, "no se parece a las
demás": es coqueta, limpia, hermosa, vanidosa,
conmovedora, dulce, recelosa y miedosa de "las corrientes de
aire"
(¿accidentes de aviones?), lo único que puede
asustar a una planta.

Todas estas notas le quedan muy cómodamente a
Consuelo Suncin, a quien Saint-Exupéry ama sinceramente,
pero con quien mantuvo una relación bastante
tormentosa.

Esa flor perfumaba el planeta del principito. Consuelo
es una mujer de
"naturaleza
excesiva…impulsiva y enamorada, ingenua y sumisa, rebelde y
enérgica, fiel e infiel", pero no causaba el placer o la
alegría que el principito demandaba de la vida:"Mi flor
perfumaba mi planeta, pero no me producía placer", tal vez
debido a que "es una flor demasiada complicada".

En el relato sobre su rosa Saint-Exupéry parece
reconocer su dificultad para comprender el mundo femenino y su
personal
inmadurez afectiva en la relación con su pareja:
"¡Son tan contradictorias las flores! Pero yo era demasiado
joven para saberla amar"

Crecer en el amor es
también madurar a la soportabilidad del otro, cuya
existencia, en ocasiones, es fuente de sufrimientos. Aquí
está probablemente la dificultad de Saint-Exupéry,
que prefiere botar frecuentemente la toalla del compromiso:
"Entonces no supe comprender nada. Debí juzgarla por sus
actos y no por sus palabras.¡No debí jamás
huir de allí; la flor me perfumaba y me iluminaba!
Debí adivinar su ternura tras sus inocentes
astucias"

En efecto, hay algo desacostumbradamente inmaduro en la
relación del principito con las "flores", y en especial
con la "rosa". Hay aspectos del pequeño príncipe
que ostentan rasgos infantiles y que poco tienen que ver con la
auténtica infancia a la que nos hemos referido. La
infancia no se caracteriza por el amor centrado
en sí mismo, sino por el amor generoso, sin "cuentas",
(sin ratio, onis, razón, calculo)
desinteresado.

Siendo que la personalidad de Saint-Exupéry
presenta algunas contradicciones ocultas, nos preguntamos:
¿el comienzo del número nueve del poema no es acaso
una alegoría erótica referida a la vida sexual de
Saint-Exupéry con Consuelo o tal vez con Consuelo y otras
mujeres? Es una pregunta atrevida, pero si nuestra hipótesis original de que El
Principíto
es una mirada sobre la propia afectividad,
la pregunta planteada se vuelve entonces una conjetura bastante
acertada. Esto ocurre en el contexto de la despedida entre
Consuelo y Saint-Exupéry, en ocasión de una nueva
separación y cuando presumiblemente el divorcio parece
irreversible, cuando ya no hay más reproches que
prodigarse.

El principito habla del planeta donde creció la
rosa como de un lugar de volcanes y
sabemos que el término "volcán" lo aplicaban a
Consuelo en los medios
sociales de París. Es presumible entonces que al hablar de
volcanes, en plural, Saint-Exupéry por medio del
principito se refiera, según nuestra hipótesis, a sus
amantes: "poseía dos volcanes activos, que le
eran muy útiles para calentar el desayuno. También
poseía un volcán apagado" y en este caso
insinué su gastada relación con Consuelo, el
"volcán apagado". En otra interpretación, tal vez menos probable, se
refiera al alivio que le producen los senos de sus esposa, quien
en otro plano permanece apagada, sin deseos.

El principito se dio a la tarea de limpiarlos antes de
viajar (aprovechando "una migración
de pájaros silvestres" –¿un raid
aéreo?-) porque "si están bien limpios de
hollín, los volcanes arden suave y regularmente, sin
erupciones", diríamos, sin que tales relaciones amorosas
provoquen disgustos, fastidio, enfado.

Pero cuando "regó" por última vez la flor,
el principito sintió ganas de llorar. El divorcio no se
consumó. Los trámites legales fueron abandonados,
al estilo imprevisible de Saint-Exupéry: éste
termino discutiendo con su abogado, en defensa de Consuelo de
quien entonces quería separarse: "Mi marido se
levantó y me dio un beso en la boca. Era el primero que me
daba en los seis meses que llevaba en Nueva York. Me
enfadé y le dije que no se portaba con
seriedad"

"Lo que hace bello al desierto -dijo el principito- es
que esconde un pozo en alguna parte…" y este es el
propósito de Saint-Exupéry con la redacción
de su poema: dar con el lugar donde pueda encontrar agua, pues el
piloto "apenas si tenía agua de beber para ocho
días". Pronto padecerá la sed.

El agua es lo que puede hacer que el desierto florezca y
de árido e improductivo volverlo fecundo. La falta de agua
conduce a la muerte. Pero
Saint-Exupéry sabe que también el exceso de agua
conduce a la muerte. Demasiada agua puede devastar un terreno y
volverlo asolado y echar a perder la riqueza de la tierra y sus
frutos. Sobre esto parece que ha versado su meditación
figurada en El Principito. Su conflictiva vida afectiva es
el origen de la ingobernabilidad de la nave y de la caída
del piloto.

El agua además de vivificar, purifica
también. Devuelve al hombre no sólo su limpieza
corporal, sino su pureza moral. El agua
alcanza lo más profundo de la tierra, el mismo
corazón del hombre De aquí que el desierto en
algún lugar esconda un pozo -este es su atractivo- y sea
necesario hallarlo.

Poco tiempo después de terminar la
redacción de El Principito, consiguió lo que
tanto había batallado: obtener la autorización para
enrolarse, pese a su edad, en la guerra contra Alemania.
Saint-Exupéry vivió por entonces uno de los
momentos más sereno que pasara al lado de su
esposa.

A la vigilia de su última migración,
Saint-Exupéry no podía todavía consolarse
por no haber dedicado El Principito a su esposa: "Dame tu
pañuelo para escribir en él la segunda parte de
El Principito. Al final de la historia, dará este
pañuelo a la Princesa. Ya nunca más serás
una rosa con espinas, sino la princesa de ensueño que
siempre espera al Principito.

Tonio hizo a su rosa la última promesa: "Mi casa
está en tu corazón, y allí me quedaré
para siempre".

 

Ricardo Peter

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